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Con maleta de Rossana Pizarro |
Los
viajes precisan de un impulso mítico, aunque los impulsos sean más caseros y
humildes que los de los tiempos heroicos, cuando los hombres iban a conquistar
ciudades como lo hicieron con Troya los Agamenón, Aquiles y Ulises; a robar
vellocinos de oro a la Cólquide, como, Jasón y sus argonautas; o a matar en
Nemea un temible león, como Hércules; o a fundar ciudades, como hizo Eneas en
el Lazio. Si el impulso mítico se diluye, por pequeño que sea el mito, el viaje
se pierde. No obstante, a veces el viaje va construyendo su propia
mitologia".
Javier
Reverte, Canta Irlanda (2015, pp 19)
La mujer que viaja, no tiene
prisa. Lejos quedaron, ya, los deseos de comerse el mundo. La mujer que viaja,
no envía fotografías por whatsApp, se parece un poco el “Tercer Hombre”, vive su
propia peripecia. A su regreso, comentará, acaso, con alguien íntimo, lo que
crea oportuno, pero nunca hará alarde de recorridos, visitas, comidas, bebidas…
La mujer que viaja, viaja
consigo misma, y así, es ella quien experimenta el placer del trotamundos. La
preparación del itinerario es ya una parte del camino. De manera reservada, ella, ha ido eligiendo
cuidadosamente los lugares que desea visitar, no todos, son aptos para su
objetivo, leyó a los autores autóctonos, e intentó conocer la mitología y la historia del país que visita.
Pero como vive en el presente, ha
de someterse a las imposiciones a las que obliga la contemporaneidad. Tiempos de
aeropuertos… tiempos muertos, que contrastan con esos otros, en los que una se
ve sometida a pasar por esas mangas de ganado, en las que se han convertido los
controles policiales. Tiempos en los que el absurdo, llega hasta lo insospechado.
Requisan botellines de agua y dejan pasar las llaves de tu casa con las que
podrías cortarle la yugular a una azafata…
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Pero la mujer llega a su
destino y comienza su propio periplo. Y como Ulises, escucha cantos de sirenas,
pero se pide a si misma amarrarse fuerte para no dejarse arrastrar por ellas y
conseguir su objetivo. Habitualmente, estos espacios, esperan al turista-viajero
con los brazos abiertos. No diré que todo lo que ofertan sea malo, pero una
debe ser cauta y seleccionar. De lo contrario, la perderán o se perderá ella
sola en el laberinto, y no llegará a captar la verdadera esencia del lugar visitado.
Manejar un buen plano es
esencial, así como tener muy claro el objetivo de su viaje, y no acumular los
típicos “souvenirs” resulta elemental; los recuerdos, quedan impresos en el alma.
La mujer viajera, en las
ciudades, gusta de pasear sin prisa por las calles, tanto las céntricas como en
algunas de barrios periféricos, de modo, que pueda penetrar más profundamente en la
esencia del lugar. Si se trata de pueblos también es posible, al menos en apariencia.
Así, una huele, siente, escucha los diferentes sonidos y ruidos. Comprueba el
grado de limpieza y educación, la tolerancia y carácter de sus gentes; con los cinco sentidos en acción se
pueden captar tantas y tantas cosas…
Visita los monumentos y museos que
le interesan, que no siempre coinciden con los más famosos. La mujer viajera
siempre se alimenta de comida autóctona, eso forma parte del conocimiento del
lugar, y si le es posible, comparte mesa, con las gentes del lugar.
Por eso, los últimos años, la
globalización la entristece. Los centros de las ciudades, se han convertido en parques de
interpretación monotemáticos, en los que las grandes cadenas comerciales de
tiendas de ropa y comida, han expulsado a todo aquello que era autóctono. De
este modo, da lo mismo caminar por Praga, por Dublín, por los Campos Elíseos,
por la Gran Vía Madrileña, o por cualquier otra ciudad.
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El Autobús de Vladimir Stroyev, 1955 |
La mujer viajera no deja de
sentir cierta añoranza por aquellos tiempos en los que cada ciudad tenía su
propia idiosincrasia. Pero nada se puede hacer ya, el tiempo avanza
irremisiblemente, para todo y para todos…
A pesar de ello transitar,
sigue siendo uno de los grandes placeres para la mujer viajera. Los paisajes
cambian, y las gentes también. Y si una es capaz de conectar, libre de miedos y
prejuicios, sabe que la recompensa no tiene precio. La identidad vuelve expandida,
aunque el precio que pueda pagar, sea, el de traer un par de kilos de más en su cansado cuerpo.
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En camino de Georgy Grigorievich Nissky, 1903 - 1957 |
“…suelta las cuerdas de tus velas. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa vientos favorables en tu velamen. Explora. Sueña. Descubre”. (Mark Twain)