TEMPUS FUGIT

Igual que nuestros antepasados se reunían y contaban historias, avatares cotidianos, "sucedidos", les llamaban... o aquellas cuestiones que les interesaban, me apetece utilizar este soporte contemporáneo, para hacer más o menos lo mismo. Y es que en el fondo muchas de las ansias de los seres humanos siguen siendo las mismas: amar, comunicar, tener cubiertas sus necesidades básicas... Y en medio de todo eso, el eterno dilema entre Ética y Estética para conseguir seguir adelante... para VIVIR.

lunes, 24 de octubre de 2016

FILANTROPÍA Y ERRORES DE WHATSAPP: IRENA SENDLER

 Irena Sendler a los 95 años

“LA GENTE SE DIVIDE ENTRE BUENOS Y MALOS 
SÓLO POR SUS ACTOS,
NO POR SUS POSESIONES MATERIALES”
                                                                                            Irena Sendler

      El domingo pasado, me enviaron un whatsapp, que comenzaba dándome la noticia del reciente fallecimiento de Irena Slender, a continuación, y tras varias disquisiciones, reclamaba para ella el Premio Nobel de la Paz.
Ni que decir tiene, que me quedé a bolos… conocía su historia y el despiste del mensaje me dejo traspuesta. Por eso, pensé en escribir estas líneas recordando la gran peripecia vital de su protagonista.
En 1999, un grupo de estudiantes de Kansas que trabajaban el tema del Holocausto judío, se encontró con el nombre de una mujer polaca: Irena Sendler y junto a él, un dato impresionante: ella, había salvado ni más ni menos que a 2500 niños en el gueto de Warsovia, mientras éste estuvo ocupado por los nazis. La noticia, saltó a los medios de comunicación como una chispa, sobre todo cuando descubrieron que todavía vivía.


Fotografía de sus padres.

      Irena Sendlerowa, que es como en realidad se apellidaba pesar de que la conocemos como Irena Sendler, nació el 15 de febrero de 1910 en Otwock, (Polonia), a unos 26 kms. de Warsovia, y pertenecía a una familia católica. Sus padres, Stanisław Krzyżanowski y de Janina Krsyżanowwska, le inculcaron desde muy pequeña, los valores de la solidaridad, el amor y respeto a los demás. Su padre era médico, pero murió en febrero de 1917, cuando ella tenía siete años, porque fue contagiado por sus pacientes (muchos de ellos judíos) del tifus, enfermedad, a los que muchos de sus colegas no quisieron atender por miedo a infectarse. A raíz de esto, los líderes de la comunidad judía ofrecieron a Janina, ayuda para pagar la educación de su hija. Irena, estudió filología polaca, y se hizo también Trabajadora Social.


Irena en 1942.

En 1931 se casó con Mieczyslaw Sendler, un amigo de la Universidad pero el matrimonio duró poco. Aquí, al intentar rehacer su vida, encuentro datos que se contradicen. Para algunos biógrafos, Mieczyslaw murió en los primeros años de la guerra, aunque ella llevó su apellido toda la vida. Para otros, sencillamente el matrimonio no funcionó y se divorciaron en 1947. Tal es así, que años más tarde, volverían a reunirse. Pero no es bueno adelantarse a la historia.
Comenzó a trabajar en el Centro Social de la Madre y el Niño, y más tarde en los servicios sociales del Ayuntamiento de Warsovia, al mismo tiempo que se unía al Partido Socialista Polaco.


Fotografía de 1944.

En 1939, cuando la Alemania nazi invadió Polonia, Irena, trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Warsovia y se dejaba la piel en los comedores comunitarios de la ciudad. Tenía entonces tenía 29 años y trabajaba como enfermera. Comenzó entonces, con un grupo de compañeros a conseguir pases a los judíos, para que éstos pudieran salir del Guetho y trataban de ayudarles sanitariamente, dado que se les permitía ir cada día como enfermeras. Un año después, la situación se complicó todavía más, con la creación del gueto de Warsovia. A pesar de que Irena era católica, al igual que su padre, siempre tuvo muy clara la necesidad de ayudar a los judíos, a pesar del peligro que aquello podía conllevar para su propia vida. Fue entonces, cuando ella con 32 años, se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos, conocido como Zegota, como miembro del cuerpo sanitario para encargarse de paliar los casos de enfermedades contagiosas. Ante la amenaza de una epidemia de tifus, los nazis fueron permisivos con las personas que entraban en el gueto para intentar frenar la enfermedad. Se trataba de trataba de salvar vidas judías.


Niños judíos en las calles del guetho de Warsovia.















Niños judíos ocultos en el lado ario, Lublin, Polonia.










Niñas judías escondidas con los huérfanos polacos en un convento,1944.






























      Cuando comenzó la deportación en 1942, Sendler decidió salvar a los niños. Además de ayudar a otras enfermeras no judías a introducirse en el gueto, Irena se dio cuenta enseguida de que aquel espacio controlado y vigilado sólo podía ofrecer un futuro oscuro para sus habitantes. Así que decidió buscar la manera de sacar del gueto al menos a los más pequeños. Según sus palabras: “ellos debían ser la semilla de un nuevo pueblo judío, los nazis no iban a poder exterminarlos a todos”. En Zegota, Sendler dirigió la sección de los niños. Su nombre en clave era Jolanta. Ella y sus ayudantes iban a cada familia y les proponían sacar a sus hijos el Guetho. “Les prometíamos sacar a sus niños de allí e intentar que siguieran vivos hasta después de la guerra, pero no podíamos darles garantías”. Hubo escenas desgarradoras en las que los padres debían arrancarles los hijos de los brazos a las madres y muchas veces éstas les volvían a buscar. Años más tarde narraría, que muchos niños no pudieron ser llevados porque madre y abuela se aferraban a ellos y que cuando volvía al día siguiente, los cuartos ya estaban vacíos, porque la familia había sido deportada por la Gestapo. Los 2500 niños salvados, fueron sacados del Guetho escondidos en las ambulancias que trasladaban a los más graves a los hospitales de fuera del espacio controlado. Pero pronto tuvo que buscar otros métodos para hacerlo. Desde colocarlos dentro de bolsas de basura hasta en ataúdes, cualquier idea era bienvenida o por túneles en los edificios lindantes con el Guetho. Ella contaba que primero llevaba a los niños una “estación” de urgencia, y luego se les trataba de “polonizar” para que se confundieran con los niños polacos. Sacaban a los niños escondidos: Como muertos víctimas de tifus, en sacos, en cajas de herramientas, en ataúdes, en cestos de basura... Consiguió darles, gracias a sus contactos, una nueva identidad y les buscó familias polacas, monasterios u orfanatos donde esconderles. Por seguridad debían ser transportados constantemente de un lado a otro, años más tarde, recordaría a un niño que lloraba porque “llevaba ya con ésta, su tercera mamá”.



Irena Sendler (en medio) con su amiga Irena Shultz (a la izq.).































Irena con uniforme de enfermera.




















        Sendler anotó los nombres de los niños para que pudieran reencontrarse con sus padres al terminar la guerra. Los escribió en papel de cigarrillos y los colocó en botellas, que enterró en el jardín, pero su esperanza de que los niños se reencontraran con sus padres fue vana, ya que en 1945 estaban casi todos muertos en Treblinka.
El 20 de septiembre de 1943 fue arrestada por 11 soldados que destruyeron todo su mobiliario buscando las listas de los niños, al no encontrarlas, a ella se la llevaron con los SS. Fue torturada Le rompieron las piernas y los pies, y padeció las secuelas de estas torturas toda su vida. Alguien la denunció, pero ella nunca delató, jamás dio ningún nombre. Luego la internaron presa y fue condenada a muerte pero las gentes del Zegota la rescataron sacándola de la prisión desmayada y escondida en un auto de un SS al que acuchillaron. Al día siguiente leyó su propia ejecución en los periódicos. Tuvo que cambiar de identidad, y dejar a su madre moribunda, no pudiendo ir ni siquiera fue a su entierro, porque la Gestapo, que no la creía muerta la seguía buscando.

Cuando le preguntaban contestaba con estas palabras:
 “La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón sin mirar su religión o su nacionalidad".

Elzbieta Ficowska fue uno de los casos más conocidos. En 1942, era solamente un bebé de escasos meses le fue administraron un narcótico y la colocaron en una caja con agujeros que escondieron en un cargamento de ladrillos. Sus padres murieron en el gueto y la pequeña Elzbieta fue criada por Stanislawa Bussoldowa, una amiga de Irena. Una cuchara de plata con la fecha de su nacimiento y su apodo, Elzunia, grabados fueron los elementos que permitieron que Elzbieta no perdiese sus raíces. Porque Irena siempre tuvo muy claro que los niños a los que iba salvando no perdieran nunca sus orígenes y su verdadera identidad. 



La cuchara de Elzbieta. 

      Al terminar la Segunda Guerra Mundial en Europa, Irena volvió a por los documentos enterrados y se los facilitó al Dr. Adolf Berman, el primer presidente del comité para la salvación de los judíos supervivientes.


Éste es el brazo de Irena con la imagen se hizo tatuar.

        Entonces se casó de nuevo, en 1947 con Stefan Zgrzebski del que se divorció en 1959 y que falleció en los años 60 Stefan por problemas cardíacos. Tuvieron tres hijos; Janka, Andrzej (que murió en la infancia) y Adam (quien también pereció de un paro cardíaco en 1999). Además, siguió teniendo problemas: tras los nazis, el comunismo se impuso en Polonia. Irena era militante socialista y sufría constantemente arrestos, interrogatorios y acoso por parte de la policía secreta comunista hasta el punto de que llegaron a provocarle el nacimiento prematuro de su hijo Andrzej quien murió dos semanas después de su nacimiento, sus otros dos hijos Janka y Adam sufrieron numerosos problemas, sobre todo en su etapa escolar.









Imágenes familiares




      Según bastantes biógrafos, tras su divorcio volvió a volvió a casarse con su primer marido, Mieczysław Sendler, aunque tampoco ésta vez las cosa tampoco debió funcionar muy bien y de nuevo se separaron.
Después de un duro y largo anonimato, cuando su historia apareció en los medios de comunicación, fueron muchos los hombres y mujeres que reconocieron en el rostro de aquella mujer, a la enfermera que los había salvado durante la ocupación nazi Warsovia.


        Irena  en su madurez.
En 1965 la organización israelí Yad Vashem le concedió el título de Justa entre las Naciones y fue nombrada Hija Predilecta del Estado de Israel, y en el año 2003, Aleksander Kwaśniewski, el presidente de Polonia, le concedió el mérito más elevado de la República: la Orden del Águila Blanca.
En 2007, Irena Sendler fue propuesta por el gobierno polaco, como candidata a recibir el Premio Nobel de la Paz. Esta iniciativa contó con el apoyo del Estado de Israel mediante Ehud Olmert, el primer ministro hebreo por aquel entonces. Las autoridades de la localidad polacada de Oswiecim (Auschwitz) expresaron su acuerdo con esta candidatura, puesto que consideraban que Irena era una de las últimas heroínas con vida de su generación, que había demostrado una convicción, una fuerza y un valor extraordinarios frente a un mal de carácter extraordinario. El premio, sin embargo, le fue otorgado finalmente al político estadounidense Al Gore por su defensa del medio ambiente.


Irena, con sus  noventa y muchos años, y sonriendo.

Irena Sendler vivió en Warsovia durante el resto de su vida, recibió muchos más honores y condecoraciones. Si la admiro no es por sus reconocimientos, sino por saber reconocer lo que tenía que hacer en su momento y tener el valor de llevarlo a cabo. Ser valiente no supone no vislumbrar el miedo o el peligro, sino ser capaz de superarlo. Sobre todo cuando en ello, va la supervivencia de tantas vidas ajenas y te juegas la tuya. 
Falleció en Warsovia, el 12 de mayo de 2008 a los 98 años, le sobrevivió su hija Janka (Janina Zgrzembska). 


                                     El féretro de Irena en su funeral.












La tumba de Irena Sendler en el cementerio de Powazki, Varsovia,
con sus flores favoritas, Girasoles. Que por cierto fue profanada 
con graffitis en el año 2010.


































Esos actos fueron la justificación de mi existencia en la tierra,
y no un título para recibir la gloria.

Irena Sendler

sábado, 8 de octubre de 2016

ZARABANDA PARA UNA INFANTA TRISTE



"Las Meninas". Diego Velazquez, 1656

Millones de ojos me han contemplado a lo largo de la historia, y yo, entre el lienzo, los óleos y los barnices, siempre acabo lamentándome de la falsa imagen que la gente tiene de mí. ¡Qué belleza, es preciosa y tan rubia…! ¡Que mona, se atreve incluso a decir, alguna cursi! Y encima, en tal cantidad de idiomas, que a veces, cuando, los encargados de la sala, al oscurecer, cierran, y todo queda en silencio, me entran ganas de saltar del cuadro. Sueño entonces, en ir a descansar junto a esa maravillosa escultura del Hermafrodito, que mi maestro mandó hacer y traer de Italia, a partir de una copia romana del original griego, que era de mármol del siglo II d. de c. y que está en el centro de la estancia.


El Hermafrodito

Si me expreso así, es, porque de hacerlo como en mi tiempo, el lenguaje sería demasiado retórico, y al fin, ¿para qué complicar más las cosas? Con el paso de los siglos, una, se ha acostumbrado a escuchar tantas expresiones y voces, que vale más hacerlo con sencillez, aunque pueda parecer vulgar…

Pero no quiero ofuscarme, ¡ah, esta memoria! Si escribo, es para desahogarme, porque, mucha Infanta de España, y mucha Emperatriz, pero a mí, nunca me dieron a elegir nada en mí vida. De todos modos, esto debe ser una maldición, porque a mi madre, ya le pasó lo mismo, otro día os lo cuento.

Otro retrato de Velazquez.

¡Ah, perdón! que extravío tan inaceptable para mi... en fin, Dios me perdone. Me presento, soy Margarita María Teresa, Infanta de España y por matrimonio, Emperatriz , del Sacro Imperio Romano Germánico, Reina de Hungría y Bohemia, y Archiduquesa de Austria.
Yo nací, en el Real Alcázar de Madrid, un 12 de julio de 1651, mis padres, eran los reyes Felipe IV y su segunda esposa Mariana de Austria. De él, qué decir. Solo con sus avatares matrimoniales y sus líos extraconyugales, se podría escribir un libro.
En 1615, cuando tenía diez años, se casó con Isabel de Borbón (hija de Enrique IV de Francia), claro que ya los habían comprometido cuando él tenía seis. Ella, en cambio, tenía tres años más que él. Tuvieron siete hijos pero sólo dos llegaron a adultos. Os los nombro, para que veáis, que aquí, por aquel entonces se tardaba casi menos en morir que en nacer.
María Margarita (14 de agosto de 1621); Margarita María Catalina (25 de noviembre de 1623-29 de diciembre de 1623); María Eugenia (21 de noviembre de 1625-1627); Isabel María Teresa (1627); Baltasar Carlos (17 de octubre de 1629-9 de octubre de 1646), príncipe de Asturias; María Ana Antonia (17 de enero de 1635-6 de diciembre de 1636) y María Teresa (1638-1683), reina consorte del rey Luis XIV (9 de junio de 1660).
Tras morir Isabel en 1644, se casó de nuevo, en 1649, esta vez con mi madre, que además era su sobrina, Mariana de Austria, (después de otro lío, que como os he prometido, os explicaré), con ella otros cinco hijos, pero también esta vez, la muerte la muerte danzaba libremente. Sólo llegaríamos a adultos mi hermano pequeño, Carlos (1661-1700), que reinaría como Carlos II, y yo que era la mayor. En fin, que en la corte española, se pasaban el tiempo entre bodas y lutos. Y menudos duelos, desde los trajes hasta las vajillas…
Pero además, parece ser que mi buen padre tuvo, por lo menos, treinta hijos bastardos, aunque sólo reconoció oficialmente a dos, y eso que a uno de ellos lo hicieron legitimo tras su muerte. Algunos de los bastardos, ostentaron sus buenos cargos, en conventos, unas, y alguno en un importante obispado, otros en la corte... es lo que tiene la sangre…


El caso es que a Madrid, había llegado ya en 1663, el conde de Pötting como embajador imperial para conseguir mi mano para su señor Leopoldo, y cumplió, el 6 de abril de ese mismo año se publicaron los esponsales, y el 18 de diciembre se firmaron las capitulaciones matrimoniales por el Sr. conde de Pötting y el duque de Medina de las Torres. Mi suerte estaba echada.

Pero mientras, el Rey, mi padre, me retenía en Madrid como dándoles largas, porque no estaba claro que mi hermano pudiese llegar a heredar la Corona, y en Viena al emperador Leopoldo I le urgía que yo me casase cuanto antes, sobre todo porque necesitaban un heredero. Una maldad (pero en voz baja): Mi hermano era bastante flojucho, y nadie daba un real de plata por él.

A los ocho años, Diego Velazquez


Pero por fin, el 22 de noviembre de 1665 se celebró, con gran solemnidad, como anticipo de los regalos de boda, la entrega de las joyas con las que el emperador me agasajaba. Todo muy pomposo, que ya tomó buena nota el Sr. Conde de Pötting en su diario:

«…el conde de Harrach, después [de] la debida representación, entrego las joya que consistian en tres diferentes pieças: dos vinculadas de la Casa la primera de cinco esmeraldas de esçesivo tamaño, la segunda un rubi, una rosa de diamante, y una perla, cosa por su raredad de grandisimo valor, y la tercera, que venia propia, una grande caja del retrato del Emperador mi Señor, de varios y grandisimos diamantes, labrado al uso de hoy, admirablemente..”

Y entonces, en mi Real Casa, va y fallece mi padre el 17 de septiembre de 1665, mi madre queda como Regente y sin prisa alguna por que yo me fuese (ya se sabe, problemas sucesorios…) y en Viena con apremios para acelerar los trámites de la boda, porque querían un heredero cuanto antes.

De luto por su padre con 14  años. Juan Bautista Martinez del Mazo


Por cierto, hablando de lutos, a mí se me paso la infancia en una constante preparación para la que se me venía encima: Ser emperatriz. Por eso me pasé la vida, posando para enviar a la Corte Imperial retratos que justificasen que crecía sana y en perfectas condiciones. Y como aquí, íbamos de luto en luto, hubieron de enseñarme algunas danzas de corte de la época. Pero con tanto duelo, era siempre de una forma tan discreta que a mí se me tornaban, más que bailes, ejercicios físicos reiterativos hasta la saciedad. Músicos viejos y unas parejas de baile, que a la fuerza, que en vez de alentar, quitaban las ganas de danzar…



A los quince años, retrato de Juan Bautista Martinez del Mazo

Mi boda se celebró por poderes el día de Pascua 25 de abril de 1666 en la corte de Madrid, representando al Emperador, el Duque de Medínaceli, estaba también el pequeño Carlos II (mi padre, había muerto el año anterior como os he contado,) y  la reina Mariana, y asistió el conde de Pötting, como embajador imperial, junto a los Grandes de la Corte.


En 1666, retrato de Francisco Ignacio de la Iglesia

Ya habían preparado todo para mi largo y definitivo viaje. Me acompañaba, como Camarero Mayor, el Duque de Alburquerque. Salimos de Madrid el 28 de abril hasta Denia, en donde el 16 de julio, embarcamos en la Armada Real de España, escoltados por  galeras de Malta y  del gran duque de Toscana. Fuimos a Barcelona, llegando el 18 de julio. Yo que acababa de cumplir 15 años, nunca olvidaré los grandes honores con que se me recibió, y como me trataron en esa ciudad. Todo eran agasajos, fiestas y regalos.

De allí salimos el 10 de agosto, también en barco, hacia Finale en donde me recibió don Luis Guzmán Ponce de León, gobernador del Estado de Milán el 20 ese mismo mes. Descansamos hasta el 1 de septiembre y partimos para Milán, a donde llegamos el día 11. El 24 de septiembre salimos para llegar a Venecia. Y por fin el 8 de octubre entrábamos en Roveredo, primer punto del principado-obispado de Trento (esto era lo que se había acordado para llevar a cabo las solemnes entregas que debían llevar a cabo el 10 de octubre). Ese día, el Duque de Alburquerque, en nombre del Rey y de la Reina Gobernadora, me entregó, ya como Emperatriz, al Príncipe de Dietrichstein y al cardenal Harrach, obispo de Trento, designados para el evento por Leopoldo I. Seis meses de viaje. ¡Seis! Llegue muy cansada, pero una infanta de España, en aquellos tiempos, aguantaba lo que le tocase.


El Real Alcazar de Madrid en en siglo XVII


El Palacio de Hofburg,en Viene donde el vivían, y que fue remodelado

Mi entrada oficial en Viena aconteció un gélido cinco de diciembre. Los festejos que tuvieron lugar en la capital austriaca con motivo de nuestro imperial matrimonio dicen que fueron de los más ostentosos que hasta entonces se habían visto, incluso se estrenó una ópera. Viena me deslumbró. Yo que estaba acostumbrada a la rígida y tristona corte española, andaba, apabullada y como en una nube. Claro, ¡era tan joven!

La noche de la boda pasé mucha vergüenza. Bien que me lo habían explicado, pero ya, conforme mis damas me quitaban las mil y una capas del traje y me preparaban con la camisa de noche, comenzaron a temblarme las piernas. Primero me tumbe en la cama yo. A continuación entró en la habitación el Emperador, e hizo lo mismo. Y una vez los dos en el lecho, ¡menudo paseillo el del Arzobispo! Yo, tal que postrada cerré los ojos. Cuando todos salieron y se cerró la puerta, me deje hacer, era para lo que me habían preparado. ¡Que bruto! Pero en fin, apreté mis finos dientes y pronto, él, calló vencido por los muchos alcoholes que había degustado. Y eso, que para la ocasión, habían escrito un Himeneo, un documento, que debía servir como modelo de comportamiento en el seno de la unión conyugal. En él, se alababa el matrimonio como institución. Pero en realidad fue un panegírico, auténtica propaganda política, con toda la genealogías, apologías dinásticas de mi augusto esposo y yo misma. Yo no entendí nada, y eso que tenía un traductor, pero, como estaba en alemán...


Portada del Epitalamio con motivo de los esponsales imperiales
entre Leopoldo I y Margarita

IMAGO Revista de emblemática y cultura visual [Núm. 2, 2010] pp.20

Los primeros meses, me divertí bastante, era una corte con festejos continuos. Todo eran, cenas amenizadas, bailes, conciertos, yo les hacía gracia y procuraba ser amable, aunque con discreción. Hasta los desayunos y comidas eran puro deleite. Me habían educado con gran rigor y allí casi todos eran,  como decirlo… algo libertinos, pero es que yo... por primera vez en mi vida ¡disfrutaba tanto! Y cuando su majestad el Emperador, salía de caza, aprovechaba para descansar un poco, al fin, llegaba agotado… Aunque la verdad es que siempre me sentí una extranjera, nunca acabe de congeniar con aquellas gentes, menos mal que tenía a mi séquito español. De hecho, jamás aprendí esa extraña lengua más propia de bárbaros, que de seres humanos. ¡Pero si es que... admitían hasta a los judíos!


Vestidos con trajes de teatro y retratados
por Jan Thomas. Ella con 16 años

Además, comencé a cansarme de tanto jaleo y acusaba mucho el frío de unos inviernos que además eran eternos. Echaba de menos el sol. Y así, pronto las cosas cambiaron, enseguida me quede embarazada. A los 16 años, tuve a mi primer hijo, Fernando, pero falleció antes de cumplir un año. Yo, que con tanta ilusión lo había esperado, y que tanta alegría había generado en la corte, al ser un varón porque el Sacro Imperio, ya tenía sucesor, quede destrozada. Mi etapa de dolor y luto fue larga.
De esa época es el cuadro de abajo. No hay más que verme. Además de desmejorada, cada vez me sentía más fea... la realidad es que conforme maduraba me parecía, físicamente más, a mi fallecido padre.

Pero después de cumplir 18 años nació mi primera hijita, María Antonia sana, fuerte, se crió de maravilla sin problemas, aunque también a ella, ¡una niñita! quisieron complicarle en asuntos de estado, porque durante mucho tiempo, como en España la salud de Carlos II, mi hermano, era tan frágil, ella fue depositaria de los derechos de sucesión a la Monarquía Española. Llegaron incluso a prometerla con él, ¡Mi propio hermano! Gracias a Dios, la cosa no llego a más.

A los 18 años, de luto por su hijo, pintada por Diego Velázquez


Yo con todo esto sufría mucho, me pasaba la vida rezando y suspirando. Al año siguiente, con 19 años, volví a dar a luz a un niño, pero tampoco sobrevivió. De nuevo me vine abajo. Y otra vez hice lo imposible por sobreponerme. Hacía todo cuanto me ordenaban los galenos, comía incluso desganada, y así, cuando recuperé el ánimo, a los 21 años, otra vez de nuevo, estaba embarazada. Y otro parto y otro niño muerto. Sólo que ésta vez, ya no tuve fuerzas para sobrevivir a sus secuelas.

¡Estaba literalmente agotada!

Y allí me quedé. Fallecí en Viena, el 12 de marzo de 1673. Según la tradición de los Habsburgo, acabé depositada en la cripta de la Iglesia de los Capuchinos de esa hermosa ciudad. En fin, que así se me pasó la vida, fui halagada, pero a la postre, solo me utilizaron, como a las vacas de los labriegos que poblaban cualquier villorrio del campo.

Por eso, si os acercáis a Viena, entrad a verme, que en El Prado mucho visiteo, pero a Los Capuchinos no se acerca casi nadie. Además, todos los túmulos son tan parecidos… y es que aquí, todos somos iguales, pero una, sigue teniendo el espíritu en el Madrid que la vio nacer.


Tras una columna, el sarcófago de la Emperatriz Margarita Mª Teresa
isla-muir.blogspot.com