"Las Meninas". Diego Velazquez, 1656 |
Millones de ojos me han contemplado a lo
largo de la historia, y yo, entre el lienzo, los óleos y los barnices, siempre acabo
lamentándome de la falsa imagen que la gente tiene de mí. ¡Qué belleza, es
preciosa y tan rubia…! ¡Que mona, se atreve incluso a decir, alguna cursi! Y
encima, en tal cantidad de idiomas, que a veces, cuando, los encargados
de la sala, al oscurecer, cierran, y todo queda en silencio, me entran ganas de
saltar del cuadro. Sueño entonces, en ir a descansar junto a esa maravillosa
escultura del Hermafrodito, que mi maestro mandó hacer y traer de Italia, a
partir de una copia romana del original griego, que era de mármol del siglo II
d. de c. y que está en el centro de la estancia.
El Hermafrodito |
Si me expreso así, es, porque de hacerlo
como en mi tiempo, el lenguaje sería demasiado retórico, y al fin, ¿para qué
complicar más las cosas? Con el paso de los siglos, una, se ha acostumbrado a
escuchar tantas expresiones y voces, que vale más hacerlo con sencillez, aunque pueda parecer
vulgar…
Pero no quiero ofuscarme, ¡ah, esta memoria! Si escribo, es
para desahogarme, porque, mucha Infanta de España, y mucha Emperatriz, pero a
mí, nunca me dieron a elegir nada en mí vida. De todos modos, esto debe ser una
maldición, porque a mi madre, ya le pasó lo mismo, otro día os lo cuento.
¡Ah, perdón! que extravío tan inaceptable para mi... en fin, Dios me perdone. Me presento, soy Margarita
María Teresa, Infanta de España y por matrimonio, Emperatriz , del Sacro Imperio
Romano Germánico, Reina de Hungría y Bohemia, y Archiduquesa de Austria.
Yo nací, en el Real Alcázar de Madrid, un 12
de julio de 1651, mis padres, eran los reyes Felipe IV y su segunda esposa Mariana de Austria. De él, qué decir. Solo con sus avatares matrimoniales y sus
líos extraconyugales, se podría escribir un libro.
En 1615, cuando tenía diez años, se casó
con Isabel de Borbón (hija de Enrique IV de Francia), claro que ya los habían
comprometido cuando él tenía seis. Ella, en cambio, tenía tres años más que él. Tuvieron
siete hijos pero sólo dos llegaron a adultos. Os los nombro, para que veáis,
que aquí, por aquel entonces se tardaba casi menos en morir que en nacer.
María Margarita (14 de agosto de 1621);
Margarita María Catalina (25 de noviembre de 1623-29 de diciembre de 1623);
María Eugenia (21 de noviembre de 1625-1627); Isabel María Teresa (1627);
Baltasar Carlos (17 de octubre de 1629-9 de octubre de 1646), príncipe de
Asturias; María Ana Antonia (17 de enero de 1635-6 de diciembre de 1636) y
María Teresa (1638-1683), reina consorte del rey Luis XIV (9 de junio de 1660).
Tras morir Isabel en 1644, se casó de
nuevo, en 1649, esta vez con mi madre, que además era su sobrina, Mariana de
Austria, (después de otro lío, que como os he prometido, os explicaré), con
ella otros cinco hijos, pero también esta vez, la muerte la muerte danzaba
libremente. Sólo llegaríamos a adultos mi hermano pequeño, Carlos (1661-1700), que
reinaría como Carlos II, y yo que era la mayor. En fin, que en la corte española, se pasaban el
tiempo entre bodas y lutos. Y menudos duelos, desde los trajes hasta las
vajillas…
Pero además, parece ser que mi buen padre
tuvo, por lo menos, treinta hijos bastardos, aunque sólo reconoció
oficialmente a dos, y eso que a uno de ellos lo hicieron legitimo tras su
muerte. Algunos de los bastardos, ostentaron sus buenos cargos, en conventos, unas,
y alguno en un importante obispado, otros en la corte... es lo que tiene la sangre…
El caso es que a
Madrid, había llegado ya en 1663, el conde de Pötting como embajador imperial
para conseguir mi mano para su señor Leopoldo, y cumplió, el 6 de
abril de ese mismo año se publicaron los esponsales, y el 18 de diciembre se firmaron las capitulaciones matrimoniales por el Sr. conde de Pötting y el
duque de Medina de las Torres. Mi suerte estaba echada.
Pero mientras, el Rey, mi padre, me retenía en Madrid como dándoles largas, porque no estaba claro que mi hermano pudiese llegar a heredar la Corona, y en
Viena al emperador Leopoldo I le urgía que yo me casase cuanto antes, sobre
todo porque necesitaban un heredero. Una maldad (pero en voz baja): Mi hermano era bastante flojucho, y nadie daba un real de plata por él.
Pero por fin, el 22 de noviembre de 1665 se celebró, con
gran solemnidad, como anticipo de los regalos de boda, la entrega de las joyas
con las que el emperador me agasajaba. Todo muy pomposo, que ya tomó buena nota el
Sr. Conde de Pötting en su diario:
«…el
conde de Harrach, después [de] la debida representación, entrego las joya que
consistian en tres diferentes pieças: dos vinculadas de la Casa la primera de
cinco esmeraldas de esçesivo tamaño, la segunda un rubi, una rosa de diamante,
y una perla, cosa por su raredad de grandisimo valor, y la tercera, que venia
propia, una grande caja del retrato del Emperador mi Señor, de varios y
grandisimos diamantes, labrado al uso de hoy, admirablemente..”
Y entonces, en mi Real Casa, va y fallece mi
padre el 17 de septiembre de 1665, mi madre queda como Regente y sin prisa alguna por
que yo me fuese (ya se sabe, problemas sucesorios…) y en Viena con apremios
para acelerar los trámites de la boda, porque querían un heredero cuanto antes.
De luto por su padre con 14 años. Juan Bautista Martinez del Mazo |
Por cierto, hablando de lutos, a mí se me
paso la infancia en una constante preparación para la que se me venía encima:
Ser emperatriz. Por eso me pasé la vida, posando para enviar a la Corte
Imperial retratos que justificasen que crecía sana y en perfectas condiciones.
Y como aquí, íbamos de luto en luto, hubieron de enseñarme algunas danzas de
corte de la época. Pero con tanto duelo, era siempre de una forma tan discreta que a mí se me
tornaban, más que bailes, ejercicios físicos reiterativos hasta la saciedad.
Músicos viejos y unas parejas de baile, que a la fuerza, que en vez de alentar,
quitaban las ganas de danzar…
A los quince años, retrato de Juan Bautista Martinez del Mazo |
Mi boda se celebró por poderes el día de
Pascua 25 de abril de 1666 en la corte de Madrid, representando al Emperador, el
Duque de Medínaceli, estaba también el pequeño Carlos II (mi padre, había muerto
el año anterior como os he contado,) y la reina Mariana, y asistió el
conde de Pötting, como embajador imperial, junto a los Grandes de la Corte.
En 1666, retrato de Francisco Ignacio de la Iglesia |
Ya habían preparado todo para mi largo y
definitivo viaje. Me acompañaba, como Camarero Mayor, el Duque de Alburquerque.
Salimos de Madrid el 28 de abril hasta Denia, en donde el 16 de julio, embarcamos
en la Armada Real de España, escoltados por galeras de Malta y del gran
duque de Toscana. Fuimos a Barcelona, llegando el 18 de julio. Yo que acababa de cumplir 15 años, nunca olvidaré los
grandes honores con que se me recibió, y como me trataron en esa ciudad. Todo
eran agasajos, fiestas y regalos.
De allí salimos el 10 de agosto, también en barco, hacia Finale en donde me recibió don Luis Guzmán Ponce de León, gobernador del
Estado de Milán el 20 ese mismo mes. Descansamos hasta el 1 de septiembre y
partimos para Milán, a donde llegamos el día 11. El 24 de septiembre
salimos para llegar a Venecia. Y por fin el 8 de octubre entrábamos en Roveredo,
primer punto del principado-obispado de Trento (esto era lo que se había
acordado para llevar a cabo las solemnes entregas que debían llevar a cabo el
10 de octubre). Ese día, el Duque de Alburquerque, en nombre del Rey y de la
Reina Gobernadora, me entregó, ya como Emperatriz, al Príncipe de Dietrichstein y
al cardenal Harrach, obispo de Trento, designados para el evento por Leopoldo
I. Seis meses de viaje. ¡Seis! Llegue muy cansada, pero una infanta de España, en
aquellos tiempos, aguantaba lo que le tocase.
El Real Alcazar de Madrid en en siglo XVII |
El Palacio de Hofburg,en Viene donde el vivían, y que fue remodelado |
Mi entrada oficial en Viena aconteció un
gélido cinco de diciembre. Los festejos que tuvieron lugar en la
capital austriaca con motivo de nuestro imperial matrimonio dicen que fueron de los más ostentosos que hasta entonces se habían visto, incluso se estrenó una
ópera. Viena me deslumbró. Yo que estaba acostumbrada a la rígida y tristona corte española,
andaba, apabullada y como en una nube. Claro, ¡era tan joven!
La noche de la boda pasé mucha vergüenza.
Bien que me lo habían explicado, pero ya, conforme mis damas me quitaban las
mil y una capas del traje y me preparaban con la camisa de noche, comenzaron a
temblarme las piernas. Primero me tumbe en la cama yo. A continuación entró en la habitación el Emperador, e hizo lo mismo. Y una vez los dos en el lecho, ¡menudo paseillo el del Arzobispo! Yo, tal que postrada cerré los ojos. Cuando todos salieron y se cerró la
puerta, me deje hacer, era para lo que me habían preparado. ¡Que bruto! Pero en
fin, apreté mis finos dientes y pronto, él, calló vencido por los muchos
alcoholes que había degustado. Y eso, que para la ocasión, habían escrito un
Himeneo, un documento, que debía servir como modelo de comportamiento en el seno de la unión
conyugal. En él, se alababa el matrimonio como institución. Pero en realidad
fue un panegírico, auténtica propaganda política, con toda la genealogías, apologías dinásticas de mi augusto esposo y yo misma. Yo no entendí nada, y eso que tenía un traductor, pero, como
estaba en alemán...
Portada del Epitalamio con motivo de los esponsales imperiales entre Leopoldo I y Margarita
IMAGO Revista de
emblemática y cultura visual [Núm. 2, 2010] pp.20
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Los primeros meses, me divertí bastante, era una
corte con festejos continuos. Todo eran, cenas amenizadas, bailes, conciertos,
yo les hacía gracia y procuraba ser amable, aunque con discreción. Hasta los
desayunos y comidas eran puro deleite. Me habían educado con gran rigor y allí
casi todos eran, como decirlo… algo libertinos, pero es que yo... por primera vez
en mi vida ¡disfrutaba tanto! Y cuando su majestad el Emperador, salía de
caza, aprovechaba para descansar un poco, al fin, llegaba agotado… Aunque la
verdad es que siempre me sentí una extranjera, nunca acabe de congeniar con
aquellas gentes, menos mal que tenía a mi séquito español. De hecho, jamás
aprendí esa extraña lengua más propia de bárbaros, que de seres humanos. ¡Pero
si es que... admitían hasta a los judíos!
Vestidos con trajes de teatro y retratados |
por Jan Thomas. Ella con 16 años |
Además, comencé a cansarme de tanto jaleo y acusaba mucho el frío de unos inviernos que además eran eternos. Echaba de menos el sol. Y así, pronto las cosas cambiaron,
enseguida me quede embarazada. A los 16 años, tuve a mi primer hijo, Fernando,
pero falleció antes de cumplir un año. Yo, que con tanta ilusión lo había
esperado, y que tanta alegría había generado en la corte, al ser un varón porque el Sacro
Imperio, ya tenía sucesor, quede destrozada. Mi etapa de dolor y luto fue
larga.
De esa época es el cuadro de abajo. No
hay más que verme. Además de desmejorada, cada vez me sentía más fea... la realidad
es que conforme maduraba me parecía, físicamente más, a mi fallecido padre.
Pero después de cumplir 18 años nació mi
primera hijita, María Antonia sana, fuerte, se crió de maravilla sin problemas,
aunque también a ella, ¡una niñita! quisieron complicarle en asuntos de estado, porque durante mucho tiempo, como en España la
salud de Carlos II, mi hermano, era tan frágil, ella fue depositaria de los
derechos de sucesión a la Monarquía Española. Llegaron incluso a prometerla con
él, ¡Mi propio hermano! Gracias a Dios, la cosa no llego a más.
A los 18 años, de luto por su hijo, pintada por Diego Velázquez |
Yo con todo esto sufría mucho, me pasaba la
vida rezando y suspirando. Al año siguiente, con 19 años, volví a dar a luz a
un niño, pero tampoco sobrevivió. De nuevo me vine abajo. Y otra vez hice lo
imposible por sobreponerme. Hacía todo cuanto me ordenaban los galenos, comía
incluso desganada, y así, cuando recuperé el ánimo, a los 21 años, otra vez de nuevo, estaba embarazada. Y otro parto y otro niño muerto. Sólo que ésta vez, ya no tuve
fuerzas para sobrevivir a sus secuelas.
¡Estaba literalmente agotada!
Y allí me quedé. Fallecí en Viena, el 12 de
marzo de 1673. Según la tradición de los Habsburgo, acabé depositada en la cripta de la Iglesia de los
Capuchinos de esa hermosa ciudad. En fin, que así se me pasó la vida, fui halagada, pero a
la postre, solo me utilizaron, como a las vacas de los labriegos que poblaban cualquier
villorrio del campo.
Por eso, si os acercáis a Viena, entrad a
verme, que en El Prado mucho visiteo, pero a Los Capuchinos no se acerca casi
nadie. Además, todos los túmulos son tan parecidos… y es que aquí, todos somos
iguales, pero una, sigue teniendo el espíritu en el Madrid que la vio nacer.
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