Ya lo canto el gran Lope de Vega en "A mis soledades voy":
A mis
soledades voy,
de mis
soledades vengo,
porque para
andar conmigo
me bastan mis
pensamientos.
La soledad es, como tantas otras cosas
en la vida, un arma de doble filo. Conviene pues, aprender a convivir con ella
como amiga, como apartamiento, como retiro, que no como incomunicación, pues si
se llega a este extremo, puede arrastrarnos a un estado tal de melancolía,
retraimiento y tristeza que ella misma se torna en un engendro difícil de controlar. El gran Goya,
supo describirlo perfectamente en el conocido grabado “El sueño de la razón
produce monstruos”.
La soledad deseada, por el
contrario, es un preciado regalo que es necesario saber administrar, porque nos
ofrece la oportunidad de aprender a estar con nosotros mismos, a conocernos. Sin
embargo, para que la soledad pueda resultar fructífera tiene que ser, como escribía anteriormente,
necesaria y libremente escogida. De lo contrario, puede llegar a convertirse en
la peor de las condenas.
Millones de personas sufren una
soledad obligada a la que las condiciones de su entorno social, o sencillamente
la miseria del mundo en el que viven las tiene atrapadas. Pero también hay
otras, que viven una soledad a las que su egoísmo las ha ido conduciendo poco a
poco, gentes, que han dejado crecer su Yo, tan desmesuradamente, que llegados a
un punto, se ven incapaces de soportar la compañía del resto de los mortales.
Pero yo desearía tratar aquí
sobre las bondades de la soledad deseada. Es ésta, una auténtica escuela de
sabiduría. Recuerdo haber visto con auténtico deleite una película que me
fascinó, se trata de “El gran silencio” de Philip Groning, retrata la vida
diaria de uos monjes cartujos. Dos horas de duración sin un solo diálogo. En
1984, Groning, comenzó a trabajar la idea de hacer la película, pero sólo
obtuvo el permiso en 2003. La condición que le impusieron en la Grande
Charteuse, situada en los Alpes franceses, en la que se rodó, fue la de no
utilizar luz artificial ni añadir ninguna música que no fuese la que surgía de
forma natural en el lugar. Para rodarla estuvo viviendo cuatro meses en la propia Cartuja.
No pretendo llevar al extremo del
retiro cartujano el tema de la soledad para ensalzar sus virtudes, pero sí
hacer algunas reflexiones acerca de sus bondades.
Dice el refranero español,
que más vale sólo que mal acompañado, y dice bien. A menudo, nos vemos forzados
a tener que mantener relaciones en el mundo laboral, o en el entorno social en
el que nos movemos, que no son las que libremente elegiríamos. Pero tampoco
podemos convertirnos en seres asociales, así pues, conviene, sobrellevar estas relaciones
de la forma más prudente posible, y considerar en cualquier caso, que nosotros toleramos
en la misma medida en la que los demás lo hacen con nosotros. Pero luego, el
refugio de un tiempo de soledad, puede servir para recuperar el equilibrio, descargar
tensiones y dejar que nuestro péndulo interno, regrese a su lugar.
Es en estos y en otros casos, es cuando
la soledad ayuda a la reflexión, al sosiego, a mantener un sereno diálogo con
uno mismo, de allí que pueda llegar a constituirse en verdadera escuela de sabiduría.
Otra de las
cualidades de la soledad, es la de que contribuye, o mejor, creo que se constituye en
necesaria para el equilibrio personal. Vivimos en mundo extraordinariamente
acelerado. La sociedad actual impone un valor tan economicista al tiempo, que
apenas concede a éste la condición de servirnos para poder vivir en plenitud.
De allí que muchas personas, sientan el desasosiego de sentirse desubicadas,
carentes de sentido, necesitan tiempo, su tiempo. Cada fruta tiene una fase de
maduración. Las personas también. Por eso,
muchas de ellas echan en falta los plazos necesarios para llevar a cabo
estos procesos. Y esto no tiene nada que ver con la edad. Todos necesitamos los
tiempos ineludibles para desarrollar nuestros procesos vitales. Hasta en el
libro del Eclesiastés, en la Biblia, al comienzo del capítulo tercero nos lo
recuerda:
Todo tiene su
tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Tiempo de
nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
Tiempo de
matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;
Tiempo de
llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar;
Tiempo de
esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de
abstenerse de abrazar;
Tiempo de
buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
Tiempo de
romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
Tiempo de amar,
y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
"Y luego hay que seguir de claro en claro, de centro en centro, sin que ninguno de ellos pierda ni desdiga nada"...
"Y la visión lejana del centro apenas visible, y la visión que los claros del bosque ofrecen, parecen prometer, más que una visión nueva, un medio de visibilidad donde la imagen sea real y el pensamiento y el sentir se identifiquen sin que sea a costa de que se pierdan el uno y el otro o de que se anulen.
Una visibilidad nueva, lugar de conocimiento y de vida sin distinción, parece que sea el imán que haya conducido todo ese recorrer análogamente a un método de pensamiento"
Pero además,
la soledad es una buena escuela para la vejez. Aprender a estar solo, sola, ejercitarse en no depender de la necesidad de tener demasiada gente a nuestro alrededor. Saber
leer, y sobre todo escuchar, ya sea música como al resto de las personas . Y saber
también soportar el silencio. Ese silencio que es el preludio del definitivo.
Don Miguel de
Unamuno, en “La Agonía del Cristianismo” escribió una frase que en su momento
me sobrecogió y que todavía sigue haciéndolo cada vez que lo releo:
“Porque los hombres vivimos juntos, pero cada
uno se muere solo, y la muerte es la suprema soledad”.
Animo
pues, a aprender a estar en soledad, con sosiego, sin aspavientos, poco a poco,
de la misma forma que uno va tomándole gusto al sabor de una comida diferente. Sin llamar la atención. Sin alharacas, y sin soltar amarras, que tan importante es saber estar con uno
mismo, como mantener las relaciones con ese puñado de seres que son, los
pocos, íntimos, pero insustituibles y sobre todo vitálmente indispensables, a
los que llamamos AMIGOS.
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