LA MAYOR PARTE DE LA GENTE CONFUNDE
EDUCACIÓN CON INSTRUCCIÓN
Últimamente, anda una algo
preocupada con esto de las relaciones humanas. La experiencia, le ha enseñado
que es imposible contentar a todo el mundo, es más, que intentarlo, viene a ser
sencillamente, propio de gentes sin criterio; pero también le inquieta observar, cómo algunos de los compañeros de éste viaje, que es la existencia, se van
volviendo cada vez más susceptibles. Acaso a una misma le ocurra lo mismo, y no
llegue a apercibirse, pero lo cierto, es que el personal salta a la mínima, y
que en muy pocas ocasiones brinda la oportunidad de ofrecer una disculpa. ¿Será
cosa de la edad? Eso intenté creer en un principio, pero, tras una exhaustiva
observación (no científica, que todo hay que decirlo) de las edades de quienes
me rodean, he llegado a la conclusión de que la edad no debe ser la causa.
Una intuye…, no sé cómo
expresarlo, en fin, como si cada mañana, un invisible aspersor de riego programado, se pusiese en marcha pillando al personal por sorpresa, de modo, que en vez de agua, soltase ciertas gotitas de mal genio, en tal forma, que éstas, quedaran suspendidas en el ambiente hasta
que de repente, una a una, ¡zas! les fuesen cayendo a determinadas personas en
la cabeza y les imprimiesen el carácter del día (enojadizo, por supuesto). También
las hay que pasan de todo (esto es, las personas, claro), y otras, que llevan dentro una ira, que aunque bien
escondidita, cuando sale a flote, las hace reaccionar como las víboras si las molestas, inyectándote su veneno. Esto, creo yo, es, para estas personas, una forma de
supervivencia, viven a la defensiva y sólo así, saben estar. El problema, es que como ese estar, es en compañía, a menudo, hacen daño a quienes les rodean.
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Momentos de reflexión, Charles Sprague Pearce |
Dándole vueltas a la cabeza, me
inclino a pensar, que más probable es que podamos andar escasos de respeto, y de eso, a lo que siempre se
llamó, buena educación, de amabilidad, de bondad en definitiva. Un ejemplo, compro
una barra de pan, casi a diario, sin cruzar una palabra con la panadera, ya que
mientras tanto, ella, está el noventa por cien de las veces, colgada del teléfono, y
se limita a tomar la barra, envolverla en un trocito de papel de seda y
cobrarme, a la par, que me hace un mecánico gesto con la cabeza y los ojos… Me gusta
ese pan, de lo contrario hace mucho que habría dejado de comprarlo allí.
No suelo protestar de los jóvenes per se, gran parte de ellos, con los que he convivido muchos años, son gente sana, vivaz, a la que a menudo, echamos en cara lo mismo que nosotros hicimos o por el contrario, aquello que fuimos incapaces de hacer a su edad. Pero ando con prevención si me acerco a alguna puerta junto a ellos. Desconocen aquello, del dejar salir antes de entrar y por supuesto, a la hora de acceder, ellos son los primeros. Su lógica debe indicarles que la agilidad es la que manda, y que en un mundo tan acelerado, facilitar la vida es sinónimo de ir con rapidez, por lo tanto… ellos los primeros y corriendo, viven en un perpetuum mobile. Y, claro todo esto, difícilmente casa con virtudes ciudadanas como la amabilidad, la bondad y el respeto.
La bondad, no deja de ser una
inclinación a hacer el bien, una cualidad, que mantiene alerta a la persona
para estar atenta a ayudar a aquel que lo necesite, y por tanto va muy ligada a la
amabilidad. Ésta, que surge espontánea y sin esperar nada a cambio, consiste en
ser afectuoso y generoso con los demás. Dar los buenos días, no deja de ser una
muletilla para algunos, pero bien pensado, expresa un buen deseo, a la par que
indica una mínima aspiración a comunicarse con el resto de los humanos, y esto a
su vez, viene, entre otras cosas, a distinguirnos de los animales.
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Juego de Damas, Max-Léon Moreau |
Pero todas estas cualidades,
han de ser aprendidas, ejercitadas y asimiladas desde niños. Por eso yo
comenzaba citando el respeto, y la buena educación. No se trata de convertir la
vida social, en un teatro, en el que las buenas formas sean tan sólo una
fachada. Nada resultaría más cruel, porque si alguien paga entonces los platos
rotos, suele ser casi siempre la parte más débil de la sociedad. Lo sabemos por
experiencia, por la buena literatura y por la historia social. Sabemos también,
que esto da más cancha a quienes viven una doble vida, o a quienes tienen un carácter
deleznable con sus íntimos pero muestran fuera de casa su cara más amable. Los que así se comportan, los que guardan las formas, se ejercitan en eso que conocemos como “guardar las apariencias”, un burdo
juego, en el que las reglas no son para todos iguales, y que por lo tanto no resulta
aceptable.
Yo hablo de otra cosa. Siempre
he creído, que para imponer la necesaria autoridad que requiere cualquier profesión
o puesto familiar o social, no hace falta ser un maleducado. Se pueden dar los
buenos días y contestar o soltar un muuummmm… incomprensible, o no contestar. También puedes
tropezar con alguien y pedir perdón, o soltarle un improperio. Puedes dar las
gracias cuando alguien te atiende o marcharte como un cerdito. En fin…
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La Gobernanta, Eva Bonnier |
Y no he querido hablar de cómo, el
tolerar la mala educación y la grosería, va haciendo, que algunos individuos vayan
degenerando en auténticos desconsiderados, irrespetuosos, que se van transformando en seres verdaderamente ofensivos, que terminan por ser muy difíciles
de soportar. De allí a consentir que degenere su carácter si esto se les tolera
habitualmente, no hay más que un corto trecho.
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La mano, Emile Mundi |
Pero bueno, no vayamos a quedarnos con mal sabor de boca. Existe en nuestro entorno mucha gente que nos sorprende cada día, con una amplia sonrisa cuando dice buenos días, o con un sencillo o ¡gracias! Y sinceramente, es mucha: la puedes encontrar entre los vecinos, en quienes te atienden en tu centro de salud, o en el estanco, entre las cajeras de las tiendas y entre los amigos. La buena educación o la amabilidad, como ustedes prefieran, facilita la vida. El problema está precisamente, en que las excepciones dejan un sabor de boca muy amargo. Si les soy sincera, yo prefiero que convivir con gentes amables y sencillas, antes que con algunas grandes eminencias, que socialmente son unos auténticos pollinos, aunque tampoco conviene caer en tópicos, ser inteligente, no significa ser fea o feo, o poco sociable, maleducado etc… o viceversa, que con esto también se ha hecho mucha pupa al personal.
NO ES LA APARIENCIA, ES LA ESENCIA.
NO ES EL DINERO, ES LA EDUCACIÓN.
NO ES LA ROPA, ES EL ESTILO.
Coco Chanel