CANCIONES DEL ALMA I
S. Juan de la Cruz
En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,
a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía.
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
y en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,
a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía.
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
y en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Y es que mi amiga es así, acaso sea éste cochino clima, que le niega el
sol, o se lo escatima todo lo que puede, y estos céfiros, capaces de volver loca
a la mismísima Juana de Castilla, o quizás sea ella sola, que instintivamente, busca la intimidad y
la desea, pero que sin embargo, en determinados momentos, deja que se le revuelva como un aparecido, y se le convierta en una
armadura tan pesada como los yelmos que portaban los caballeros medievales.
Pero esto no es lo peor, porque de sobra sabe,
que se trata de un estado pasajero. Lo peor, es que en tales circunstancias, todo se le
torna, en una especie de melancolía, que le invade a traición, sin apenas darse
cuenta.
Se lo explicaré con palabras similares, a las que ella me lo explica cuando me dice: ¿Has salido a caminar alguna vez por la alta montaña, en un día que se presentaba luminoso y de repente, sin apenas darte tiempo a reaccionar, te has sentido invadida por una niebla densa y cegadora? Pues algo así, es lo que a mi me suele suceder. Es un estado paralizante, y de no haber haberme ocurrido, en otras ocasiones, podría resultar hasta peligroso, ya que podría llevarme a tomar decisiones que más tarde, a lo peor resultarían irreparables.
Se lo explicaré con palabras similares, a las que ella me lo explica cuando me dice: ¿Has salido a caminar alguna vez por la alta montaña, en un día que se presentaba luminoso y de repente, sin apenas darte tiempo a reaccionar, te has sentido invadida por una niebla densa y cegadora? Pues algo así, es lo que a mi me suele suceder. Es un estado paralizante, y de no haber haberme ocurrido, en otras ocasiones, podría resultar hasta peligroso, ya que podría llevarme a tomar decisiones que más tarde, a lo peor resultarían irreparables.
Cuando escucho ésto, confieso que me impresiono, de tal modo, que no me queda otra, que esperar a
que amaine la tormenta mientras le hago compañía.
En tanto, ella se aferra a una buena lectura, se amaga en un sillón con una amorosa manta, y espera, espera, como esos frutales a los que ya les han florecido los brotes, y sin embargo, este extraño invierno debe estar dándoles unos sustos semejantes a los que le dan a ella.
En tanto, ella se aferra a una buena lectura, se amaga en un sillón con una amorosa manta, y espera, espera, como esos frutales a los que ya les han florecido los brotes, y sin embargo, este extraño invierno debe estar dándoles unos sustos semejantes a los que le dan a ella.
Por cierto, intento llevarme bien con la madre naturaleza, pero si alguno de ustedes tiene mejor mano que yo, por favor, pídanle que deje de insuflarle fuerza al fuelle que maneja, que servidora le agradece mucho, mucho, el hecho de que el sol ya vaya calentando. Pero que con todo, una, no está ya para muchos trotes… Que entre las melancolías de mi amiga y las nevadas tardías, se está convirtiendo en una piltrafa. Que este cuerpo, cada vez va pareciéndose más a una vieja fragata camino del desguace, que a uno de esos imponentes buques de pasajeros de que surcan nuestros mares haciendo inmensos cruceros.
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