Ars Amandi I
Se acerca S. Valentín, al margen de tópicos,
pueden, éstos, unos días atinados para acercarnos al tema del amor. Y menos
mal, que éste año, las grandes cadenas de almacenes y marcas, no se han puesto
muy pesadas empalagando nuestras papilas olfativas con esos deleznables anuncios
de perfumes y colonias que protagonizan seres, a los que les juro nunca me he
encontrado por la calle. Vulgar que debe ser una.
Debo aclarar además, que si hay algo sobre lo que
me resulta verdaderamente difícil expresarme, a estas alturas de mi vida, es
sobre el amor. Demasiadas veces, tengo la impresión, de no haber aprendido
todavía, a pesar de tener ya cierta experiencia, de cómo definirme con
seguridad en este terreno. Y no es que sea un asunto estrictamente personal,
que también lo es si he de ser sincera, sino que, en muchos casos, es la
observación de los comportamientos amatorios en mi entorno lo que me lleva a la
confusión.
Si uno recurre a la teoría, el asunto no presenta
mayor problema. Desde la antigüedad, Platón y los griegos, ya supieron
distinguir entre tres tipos de amor: el eros, el filos y el ágape. El amor
“eros” en el que se trata de satisfacer los impulsos del placer de cualquier
apetito físico humano. El amor “filos” supone la atracción intelectual hacia
algo o alguien llegando a transformarse en una forma de amor. A partir del
filos establecemos relaciones con nuestra familia, con nuestras amistades y con
la vida misma. La máxima expresión del amor es el ágape. Ágape es la
manifestación de altruismo por los demás, el darse, entendiendo el sufrimiento
de todos los seres y procurando su prosperidad.
Pues bien, partiendo de estas definiciones y
olvidándome de moralinas, la realidad que me rodea, me indica, que el amor,
tal y como se nos presenta en la actualidad, viene a ser, una mezcla de los
tres, en el mejor de los casos.
Olvidémonos del estado de enamoramiento, que ya lo
decía el gran Ortega y Gasset en sus “Estudios
sobre el amor”:
“En sentido
lato, solemos llamar amor al «enamoramiento», un estado de alma complejísimo,
donde el amor en sentido estricto tiene un papel secundario… Pues bien: de ese
«enamoramiento» que la teoría de la cristalización nos presenta como una
hiperactividad del alma, quisiera yo decir que es, más bien, un angostamiento y
una relativa paralización de nuestra vida de conciencia. Bajo su dominio somos
menos, y no más, que en la existencia habitual. Esto nos llevará a delinear en
esquema la psicología del arrebato erótico.”
“El «enamoramiento» es, por lo pronto, un fenómeno
de la atención.”
Pasada pues esa etapa del llamado enamoramiento,
se llega teóricamente al amor. Y es allí, donde me surgen a mí, las primeras
dudas.
¿Existe el amor para toda la vida? El hecho de
formar pareja, ¿supone estar siempre bien avenidos? ¿El amor va creciendo o por
el contrario decrece con el tiempo? ¿Puede una de las dos partes volver a
enamorarse sin dejar de querer a la otra? ¿Por qué es tan difícil perdonar las
llamadas infidelidades? ¿Cuáles son los requisitos para que una relación
amorosa funcione?
En primer lugar, creo, que nuestra generación
arrastra un déficit en cuanto a educación de emociones se refiere. La
educación del amor es una asignatura pendiente de nuestra sociedad. Solemos ser
analfabetos sentimentales que actuamos por medio del autoaprendizaje o lo que es decir, en función de la práctica que cada cual va adquiriendo, y esto tiene
unas consecuencias tan serias para los afectos y la estabilidad emocional, que
es algo que deberíamos plantearnos, dado el nivel de sufrimiento que acarrea a
la larga. También son de Ortega las palabras que siguen:
“Hay muchos «amores» donde existe de todo menos
auténtico amor. Hay deseo, curiosidad, obstinación, manía, sincera ficción
sentimental; pero no esa cálida afirmación del otro ser, cualquiera que sea su
actitud para con nosotros. En cuanto a los «amores» donde efectivamente la
hallamos, es preciso no olvidar que contienen muchos otros elementos además del
amor sensu stricto.”
Cuando comienza una
relación, amor y deseo se mezclan. La primera aventura consiste en atinar en
que ambas partes lleven un interés al menos parecido. No deja de ser bastante
común, que lo que para una persona constituya tan sólo un encuentro ocasional,
signifique para la otra parte, el inicio de una seria relación. Las
consecuencias terminan por ser lamentables. Pero aún en el caso de que amor y
deseo caminen en paralelo para ambos miembros de la pareja, el camino no es
fácil, no existe ningún mapa trazado de antemano. Una relación exige
compromiso, y a su vez el compromiso, viene a ser como un negocio en el que hay
que invertir constantemente. De lo contrario, no tardan en aparecer los números rojos. El
amor responde a una de las necesidades básicas del hombre como es la de afecto
y filiación, pero también hay que tener en cuenta la complejidad del mundo
afectivo, en el que entran en juego, además del humor, las emociones, los
sentimientos, y las pasiones. Por eso nada puede darse por seguro en una
relación, por mucho contrato civil o sacramento que tercien de por medio.
Existen además, entre otros, tres peligrosos
jinetes, que son seguros enemigos del amor: Uno el unirse a la otra persona sin
aceptarla tal y como es, y por lo tanto creyendo que podremos cambiarla. Esto, sin
mayor dilación, es una estupidez. Cada uno tenemos nuestro carácter, nuestra
personalidad y arrastramos un bagaje vital.
El segundo, pretender
creer que por ser posesivos, veneramos más a la pareja. Esto puede llegar a ser
una patología. Cada persona necesita su espacio vital. Es necesario que junto a
la construcción de una vida en común, se permita la evolución del otro y la vida propia
de cada cual. Lo contrario es ahogar a la otra parte por puro egoísmo, y puede generar
mucha violencia.
Y el tercero es la
falta de comunicación, las cosas claras y el chocolate espeso. Eso sí,
entendiendo siempre, que cada persona tiene derecho a su intimidad, y que hay
asuntos de diversas índoles, que es preferible que permanezcan en el secreto
personal de cada uno.Pero es necesario hablar, comunicarse, contarse, compartir vivencias... de lo contrario se van creando mundos paralelos.
Hoy no voy a alargarme más, pero más adelante
seguiremos con el tema. Estoy convencida, de que solo hay dos cosas capaces de
mover el mundo: el dinero y el amor. Como con el primero no me manejo demasiado bien, de
momento prefiero seguir indagando en el segundo tema. Intentaré ahondar en las
cuestiones planteadas y en otras que van surgiendo mientras escribo. Nada como
el amor, para calentar este frío mundo en que vivimos.
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